Rocket man.

      Es la belleza del infinito; el saber que estoy en medio de la nada e inmerso en el todo. Me acerco a la ventanilla y veo a esa dama celeste, perfecta en su movimiento que parece quietud, como un murmullo entre el silencio. Cierro los ojos y alucino escuchando las voces que habitan en ella, a través de la distancia. La Tierra sigue bailando, con sus sismos y mareas, con su rotación y traslación: cómoda, grácil e impávida ante el cosmos, sin que algo interrumpa su lento andar. Reconozco sus formas y mares; bajo la luz prestada del sol, me muestra medio rostro, con sonrisa de continente despierto. Me quedo inmóvil, ingrávido y apasionado de esa masa latente de vida, aire y luz que veo cada día desde que soy “la sardina dentro de una lata lanzada al aire”, como me bromeaba Ella antes de mi partida  a este viaje.

   La soledad de ocho meses en esta nave me ha acostumbrado a hablar en voz alta para hacerme compañía, coqueteando con la locura. Aparte de las distintas tareas diarias que tengo que realizar, como parte de este experimento de “aislamiento en el espacio” que me encomendaron, tengo mucho tiempo libre, como es lógico. Dibujo mucho, duermo poco, releo lo que traje para leer y canto a todo grito las canciones que reproduzco una y otra vez. He llegado a interpretar, de memoria, todos los personajes que escribió Shakespeare para su “Coriolanus”; he logrado desmenuzar los distintos niveles vocales e instrumentales de la discografía completa de The Beach Boys; y confieso que, al quitarle el audio a “Lawrence de Arabia”, puedo repetir todos los diálogos que hay en la película a la perfección.

     Son ejemplos de mi cotidianidad aquí. Pero mi momento favorito sigue siendo ver el planeta allá a los lejos, sintiéndolo más cerca, más rebelde, casi llamándome, provocando mis deseos de regresar lo más pronto posible. Hay instantes en donde siento mi piel calentarse con el simple pensamiento de tenerla a Ella en mis brazos, sobre nuestra cama. Estos pensamientos suelen llegar a mí momentos antes de quedarme dormido, con la mirada fija en otra ventanilla de esta nave, aquella que me muestra a la Luna, con su palidez y serenidad. La observo hasta sentir el cansancio en mis párpados, listo para caer en sueños terrenales, mientras canto en susurros la misma canción cada noche: “ I’m a rocket man… Rocket man! (… and I think it’s gonna be a long long time).”

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4 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Aglaia dice:

    Alancito.
    Alegria ser primer comentario de esta historia. Congratulaciones por la calidad de historia sobre un astronauta y su amor a la vida en general. Rocket Man siempre fue una tus canciones favoritas.
    Nos vemos

    La fille de la mer.

  2. pau dice:

    Hermoso escrito! Sigue volando, Rocket man. Yo te diré hola desde la Luna…

  3. Ana Ceci dice:

    Que impresión!!! Este fue un viaje en el tiempo y en el espacio.
    El auto nombrado No Poeta, me ha mostrado que efectivamente es un No poeta, pero si es un Paisajista de almas, sentimientos, momentos y emociones. Gracias Alan.
    Ana Ceci

  4. Sakura dice:

    ✿Hey Rocketman, si que me hiciste cabalgar a lo largo de la soledad y me hiciste ver paisajes conocidos de aquella locura que algún día conocí y de la cual ahora solo me queda sal! Que encanto de hombre que eres Alancito no poeta y encima de todo talentoso! Me encantó tu post baby, un besazo! 桜

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